En comparación con la poesía, la otra cumbre de la cultura china, la pintura, por el espacio originario que ella encarna, por los alientos vitales que suscita, parece más idónea, no tanto para describir los espectáculos de la creación, sino para participar en los “gestos” mismos de la creación. En realidad, la pintura y la poesía están íntimamente unidas por un fantástico puente: la caligrafía.
En el “Tratado de pintura del monje Calabaza amarga”, se nos dice: “En el comienzo de los tiempos sólo existía LA GRAN SIMPLICIDAD. Cuando la gran simplicidad se dividió, apareció la norma. ¿Dónde reside la norma? En el movimiento del trazo único del pincel”.
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